jueves, 6 de noviembre de 2014

El Idiota, Fiódor Dostoievski

La necesidad humana de clasificar el universo es instintiva. Cuando existe la base del conocimiento o la experiencia, es posible emitir un juicio objetivo. De otra manera, es inevitable recurrir al prejuicio, y he aquí el tema central de El Idiota. ¿Quién puede jactarse de conocer la naturaleza humana? Nadie. La consecuencia directa es que en la novela todos juzgan, todos son juzgados y casi siempre el margen de error raya en desastre. Dostoievski le extiende también al lector la trampa irresistible de decidir si Muishkin es un genio incomprendido o, simplemente, un idiota.

El Príncipe Muishkin regresa a Rusia tras un tratamiento en Suiza para curar el defecto de la idiotez (en la concepción pseudomédica del siglo XIX). Su aventura comienza ya desde el tren, donde viaja sin un penique, mal vestido, sin amigos o conocidos.

Los personajes son variopintos; aparecen los Epanchin como símbolo de una aristocracia en franca decadencia; Gania, Lebedeff y sus respectivas familias representan ejemplos de mediocridad y el autor se toma el tiempo de dejar esto en claro, cambiando la antipatía natural hacia estos personajes en algo parecido a la lástima. El pasaje es fabuloso.

El joven Hipólito, llegado de ninguna parte, denuncia los valores de la aristrocracia y deja caer teorías que muestran el germen del descontento social que eventualmente conducirán a la Revolución Rusa. Al nihilismo de este personaje -que tiende a extenderse en los diálogos- se unen los parias Parfen Rogojin y Nastasia Phillipovna, una pareja incierta, escandalosa, extravagante, irreverente, que actúa como catalizadora en la acción de la novela.

Muishkin se debate entre el amor casto y socialmente aceptable de Aglaya Epanchin y el de Nastasia, una mujer de dudosa reputación a quien todos codician por su belleza.  Ambas mujeres consideran desde sus respectivas circunstancias las consecuencias de unirse en matrimonio con un hombre de la posición social y con las taras mentales atribuidas a Muishkin.

Este no es mi trabajo favorito de Dostoievski, pero no puedo dejar de admirar su capacidad para crear semejante tensión entre tantos personajes. Los diálogos en los que participa Nastasia son una verdadera locura (a mí, en pleno siglo XXI, consiguieron dejarme boquiabierta) y nunca se puede atinar en donde va a terminar la acción.

¿Y es que a quién no le gusta un escándalo?

Para el reto Leyendo a los Clásicos.

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