-Amelia, por Dios, manda a botar eso, ¡qué cosa tan desagradable!
"Eso" era un pequeño pájaro muerto en el suelo; "botarlo" quería decir echarlo al monte, fuera de la cerca, lejos de los perros.
La niña estaba acostumbrada a la voz de mandato del padre, donde no había pero posible. Midió los pasos a dar. Adentro de la cerca estaban la casa y el cobertizo, los sirvientes, los obreros, el jardín de la madre, los vestidos blancos, los buenos modales: un universo perfecto, seguro, inalcanzable para la muerte y los dedos sucios de la infancia.
Más allá estaba el misterio del monte solo, los animales y los hombres sin dueño; el peligro de la libertad impensable para una niña de su lustre; el reto de burlar la autoridad del padre y el propio miedo a la noche. Tendría que apurarse si quería volver antes de la puesta de sol.
Amelia caminó con lo que quedaba del pájaro en sus pequeñas manos. Así, inmóvil al atardecer, parecía extraordinariamente frágil con las patas encogidas, agarradas del aire. El milagro de sus alas se había traducido en un amasijo de forma extraña, aglutinada con sangre. Era blando y muy leve y muy triste, el cuerpo sin su vuelo.
A la niña no le tomó mucho tiempo encontrar un recodo del camino. Cavó un hueco no muy hondo con las manos y allí puso al pájaro. Le pareció curiosa su expresión con el pico abierto, como si quisiera contarle los secretos de su nido, su cielo, sus orugas. Amelia lo cubrió con tierra y piedras, temerosa de mirarlo a los ojos, y corrió, huyendo de su fantasma.
La cena pasó sin novedades, sin regaños por las manos y la ropa sucias, pero a la hora de dormir Amelia lloró en los brazos de la madre. Hubo abrazos, cuentos de hadas, besos en la frente, palabras de consuelo, "ha sido un gesto noble", luces apagadas a su hora.
Amelia, sin embargo, deliraba y no podía dormirse. Contemplaba la silueta de la ventana, con ganas de mirar más allá de la cerca, sin atreverse a desafiar la oscuridad. Sólo entonces sonrió. Había sido un gesto noble y a nadie se le había ocurrido preguntarle cómo había matado al pájaro, por qué.
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Este ha sido mi ejercicio de este mes para el blog Adictos a la Escritura. El tema, horror.