domingo, 17 de junio de 2012

Sólo Rosas


El ramo había costado ciento veinte dólares; tanto alboroto por unas simples rosas. Amanda estaba sentada a la mesa del café, cappuccino y cigarrillo en mano, ignorando las miradas ajenas de molestia. En la costa fumar era cosa de veto; toda ella era cosa de veto: qué diablos hacía esta forastera pulida aquí, era obvia su intención de abandonar la miseria de su vida en la ciudad en un pueblo de playa como tantos otros de paso. Sonó el teléfono.

–Sí, soy yo.

El murmullo en el teléfono le comunicó el problema. Procuró sonar indiferente en su respuesta.

–Ah, qué pena, justo estoy en un café no tan cerca de casa, me tomará unos quince minutos llegar… ¿Será que las puede dejar en casa de mi vecina del apartamento 1B? –y con las gracias dio el problema por terminado.

No, no realmente.

Todavía quedaba por resolver el asunto de Lucas y sus flores de la disculpa. Hoy. La chupada al cigarrillo sirvió de suspiro contenido. Amanda estaba convencida de su odio por los sentimentalismos. Alargando la caminata lo más que pudo, llegó a su nueva residencia. Antes de tocar el timbre de la vecina le extrañó ver por la ventana el jarrón antiguo ya arreglado con las rosas; el conjunto era disonante. La señora Leticia abrió la puerta de golpe y le dio un abrazo apretadísimo, con su olor a especias, cabellos húmedo y algún perfume floral.

–¡Gracias, Amanda, qué gesto más lindo! ¡Desde que Joaquín murió, Dios lo tenga en su gloria, ya no recibo más flores, mucho menos rosas! ­

El deleite de doña Leticia era casi un paroxismo; tanto alboroto por unas simples rosas. Un rosario de palabras de amistad se iba rezando a una velocidad tal que conseguía confundir a Amanda. Normalmente resuelta, hoy calló. “Pobre vieja, será demente. Y miope. Y sorda. ¿Qué le entendería al chico? ¿No leería la tarjeta? ¿Cómo pude creer que le doy flores? Llevo aquí menos de dos meses. ¿Y rosas rojas? ¡A estas alturas de su vida aún con fiebre de San Valentín! Bien, lo que la haga feliz; a mí no podrían importarme menos las flores.”

Hubo café hecho en casa, ríos de fotos y agradecimientos efusivos, pero la mente de Amanda estaba fija en Lucas. Él, y su cuerpo deliciosamente desnudo. Él y su mujer, tal vez haciendo el amor en este mismo instante, mientras ella saboreaba galletas blandas. No, había que acabar con el asunto de una vez. Amanda se puso en pie y le dio a doña Leticia un abrazo fingido, dejando atrás las flores, las espinas.

Una vez en su balcón, colocó el teléfono en la mesita, encendió otro cigarrillo y esperó la llamada. Se estaba haciendo ya de noche. En el cuarto, extendió sobre la cama todas las chucherías que pudo recordar, obsequios de Lucas: ropa, joyas, cofres, objetos inútiles, souvenirs del viaje a Frankfurt y Amsterdam. Sin fotos. Volvió al balcón.

Sus uñas lindas y su humo desagradable no hacían mella en nadie en aquel momento ni para bien ni para mal; Amanda y su belleza se habían quedado solas, sin miradas ni palabras. “Que se pudra Lucas” pensó, y puso el teléfono con la pantalla contra la mesa, en un obligado gesto de renuncia. La colilla del cigarrillo cruelmente estrujada contra el metal pulido del cenicero marcó el fin de la espera.

Ah, qué manera de hacer el amor tenía el bastardo.

Bien, al diablo todo.

Amanda se fue directo al bote de basura con su pequeña carga de regalos y recuerdos, excepto que en el pasillo hubo un cambio de plan a último minuto.

Sonó el tiembre.

–Señora Leticia, usted me disculpa, pero esas flores no eran de mí para usted; eran de hecho para mí –aquí tartamudeó–, de mi novio. Necesito llevármelas por favor. 

El discurso de Amanda fue rápido y seco, sin preámbulos, sin derecho a replicas: una bofetada. La anciana y su confusión caminaron lentamente por el pasillo en un extraño silencio. No tardó mucho en regresar con las flores envueltas en periódico, aún goteando. Hubo tristeza y vergüenza efusiva, sin refrigerios.

Al cerrarse la puerta de doña Leticia, se quedó Amanda sola en la encrucijada del pasillo. En una mano los recuerdos y la renuncia. En la otra el presente, la espera. Con qué fuerza decidir, cuando en realidad sólo quería sólo derrumbarse en el suelo a llorar. Tanto alboroto por unas simples rosas.

***

Este fue el texto que envié al Primer Concurso de Relatos Musas de la Noche (no resultó ganador, pero disfruté escribiéndolo). El malentendido le pasó de verdad a mi suegra con un ramo que le mandamos el día de las madres y que terminó en casa de una vecina... el asunto fue un poco incómodo entre ellas dos y me inspiró a escribir esto :D

Pueden leer los cuentos ganadores en el enlace: Escribiendo la Noche.

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