lunes, 30 de abril de 2012

jueves 15 de marzo de 2012




Sabia era Teresa de la Parra cuando decía que a los muertos, entre más queridos, más en paz se les debe dejar. Ciertas voces del pasado leves y lejanas, como el canto de las sirenas, me han arrullado los sueños de esta última semana. He sentido la tentación y, como el asesino, ando buscando la oportunidad y el motivo. Pero la nostalgia es una excusa muy pobre en estos casos, y si no, que lo digan las Memorias de Mamá Blanca:

"...Donde estaba la sala había el comedor y donde estaba el comedor había la sala; donde había antes una puerta estaba ahora tapiado y en donde estaba una pared lisa había ahora una puerta nueva acompañada, si era posible, por una ventana. Sobre la tierra que llevó nuestro huerto ameno, talados los árboles, se alineaba geométrico un jardín a la inglesa, y en el terreno que ocupaba nuestro jardín oloroso había un huerto rasurado donde crecían, párvulos raquíticos, multitud de árboles exóticos. ¿Qué se habían hecho los rosales y los jazmineros de Mamá, que tan a menudo se abrazaban y enrollaban juntos? ¿Dónde estaban los guayabos, la acacia grande, los árboles de pomarrosa, guanábanas y guayabitas arrayán? ¿Dónde estaban los bambúes cantadores con sus zapatos de terciopelo, donde escondían pícaros la maldad de sus "pelitos"? ¡Como Aurora, como Evelyn, como nosotras, todos ellos se habían ido!
...
Mamá tenía razón: debemos alojar los recuerdos en nosotros mismos sin volver nunca a posarlos imprudentes sobre las cosas y seres que van variando con el rodar de la vida. Los recuerdos no cambian y cambiar es ley de todo lo existente. Si nuestros muertos, los más íntimos, los más adorados, volviesen a nosotros después de muchos años de ausencia y arrasados los arboles viejos hallasen en nuestras almas jardines a la inglesa y tapias de mampostería, es decir, otros afectos, otros gustos, otros intereses, doloridos, nos contemplarían un instante y discretos, enjugándose las lagrimas, volverían a acostarse en sus sepulcros."

Yo digo que pasaría lo mismo si fuera al revés y nos encontráramos nosotros queriendo ir a visitar a esos mismos muertos, porque ellos también cambian, se arrugan, se vuelven grises y ajados: tendríamos que regresarnos calladitos, llorosos y apaleados a esta cosa otrora divina que llamamos vida.

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